lunes, 14 de mayo de 2012

Por qué incluir al cuerpo? III



En cuanto a nuestra dimensión de humanos y a nuestra condición de finitos, nada hay más real que el cuerpo. Y es lo real lo que nos da sustento, lo que hace posible la creación y la construcción, el magma del que partimos para dar forma y palabra a nuestro mundo, para poder establecer vínculos con las cosas y con los otros. De ese magma originario de lo real, el cuerpo es aquello que podemos tocar. Aquello de nosotros y de los otros que tiene consistencia. Eso que nos encarna pero que también nos excede. Aquello de lo que estamos hechos, que nos ata a una forma de existencia que incluye una temporalidad, pero también y simultáneamente, aquello que está  por fuera de nuestro yo y que nunca se deja conocer del todo. Un gran misterio.

Tal como se ha visto, el cuerpo se arroja más allá de tal trama. Quizás porque, como dijimos, es real y su existencia va más allá de lo simbólico y lo imaginario. Más allá como exceso, fuera del límite que intenta cercarlo para dar cuenta de él, para abarcarlo, para ejercer algún tipo de control, para nombrarlo y exponerlo desnudo y completo. Lo que queda de esa tentativa es apenas un pedazo asido. El problema es que se suele creer que eso es la totalidad. Y allí es donde la tarea en psicoterapia acude, para ayudar a revelar estos anclajes en torno a los significantes que el cuerpo aloja.

Suponerlo simbólicamente cercado por la ciencia impide considerar sus aristas más inexplicables. ¿Cómo dar cuenta de la vivencia en términos que requieren una postura objetiva?  La experiencia vivencial deja fuera los dominios teóricos en tanto pone a funcionar al cuerpo en contacto directo con la dimensión que le es propia: el sentir.  No el percibir, no el reflexionar sobre lo sentido, sino el primer encuentro entre cuerpo y mundo. Primero como previo a la organización perceptual, al intelecto, al discurso.  El “crudo” de la vivencia que es luego armado, ubicado asociativamente en cada unidad e, idealmente, articulado en un todo integrado: un percepto, una experiencia que puede ser relatada, puesta en palabras, compartida en el lenguaje, integrada en la cultura.

Previo a esta operación, el cuerpo sostiene un lugar donde lo informe, lo caótico, lo ingenuo, conviven. Allí, una persona navega entre registrar lo desconocido, temer, emprender la retirada hacia lo conocido o abortar el trabajo. O quizás adentrarse, entregarse a eso despierto, con ojos de asombro, sin abandonarse al abismo, sino mirándolo desde el borde, con ojos nuevos.  A veces, sólo puede espiarlo de costado, y eso ya es bastante. Ponerse frente a frente a esa oscuridad, pero confiar en poder transitar por ella, es tarea posible a través del trabajo con el cuerpo en la práctica clínica.

Este modelo de intervención promueve salir de ese pasaje con nuevas imágenes y representaciones, a la par de buscarles sentido, darles palabra, ubicarlas en un discurso. Aquí es el cuerpo quien ayuda al proceso que va entre lo que aparece como inefable y la posibilidad de una figuración que nos haga asequible tanta novedad. Si un olor puede ser representado plásticamente, a través de un dibujo, del color; si el sonido sin palabras, surgido espontáneamente, puede ser llevado a un tono, a una melodía, a ser cantado, quizás incluso bailado; o si una sensación en la columna, un viejo dolor, puede ser transformado en poesía o pasar a las manos que modelen arcilla: entonces la asociación discurre en la acción corporal para invitar a otros aspectos de lo anímico a hacerse presentes.

Pensamos que la intervención sobre el cuerpo enriquece el decurso asociativo interponiéndole nuevos registros, nuevos recorridos y desviaciones que obliguen a interrumpir una linealidad discursiva ya establecida y habitual. No se trata únicamente de generar nuevas respuestas, ni siquiera nuevas preguntas. Lo que se ofrece en esta propuesta es una nueva forma de preguntar. El desafío es cambiar el terreno para que sea necesario que la persona transforme su manera de transitarlo. Cuando lo que percibimos de nosotros es inédito, es necesario crear una nueva forma de pensarlo.

Dentro de un encuadre psicoterapéutico, intervenir sobre el cuerpo es ampliar los recursos de la práctica psicoterapéutica, ya que abre un trabajo creativo y productivo de la persona sobre sí, construyendo nuevas herramientas para abordar su historia y transformar la mirada con la que ilumina su existencia,

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