A partir de la consigna, la persona realiza espontáneamente una acción mental para
discernir cuáles son las
sensaciones que aparecen entre la maraña y emergen a su conciencia. Separarlas implica
recortar, elegir algunas en desmedro de otras que quedarán posiblemente
sepultadas en el olvido.
Este recorte dará lugar entonces a la formación de un percepto, con la intervención del pensamiento discursivo
en su forma más inicial, a partir de imágenes que luego se relacionarán a
palabras. Su pasaje al campo del
lenguaje es casi simultáneo en tanto el recorte mismo obliga a asociarlas: “me
molesta algo en la espalda” sigue inmediatamente a la sensación en ese lugar
del cuerpo y ya está nominando y calificando esa localización y esa sensación.
A la vez, cuando dice “me molesta
algo en la espalda”, deja de lado otra sensación en otro lugar del cuerpo que
así pierde su posibilidad de convertirse en un registro conciente.
En el recorte que no aparece
impuesto por el dolor o por un estímulo previo en un determinado lugar, la elección de una u otra zona o punto del cuerpo aparece
mediatizada por otras “emergencias”. Sea
deliberada o inconciente, esa elección propone un indicador, una marca, no solo
del lugar elegido en sí, sino de la forma de armar la percepción sobre el
propio cuerpo. Y nos dice algo de esa persona.
Así, el que ante
estímulos de distinto tipo e intensidad siempre registra un mismo lugar, está
marcando esa localización pero también la particular necesidad de insistir
sobre lo mismo y la imposibilidad de abrir el panorama perceptual hacia otras
sensaciones corporales. Señala a la vez
algún nudo por desatar en esa región del cuerpo y un foco atencional
unidireccional que deja afuera otras posibilidades, quizás como un mecanismo de defensa que prefiere priorizar lo conocido, lo seguro, a lo que pueda implicar aventurarse en algún sector "peligroso" de su alma encarnada.
Sea que quiera huir de ellas para quedarse en terreno seguro, conocido; sea porque ese foco
preocupa especialmente, algo de lo psíquico se estará mostrando
allí: una manera de registrar y registrar-se, una limitación quizás, un punto
excesivamente “cargado” de conflicto o, tal vez, la manifestación de ambas cosas -limitación y conflicto- expresadas corporalmente.
Lo que resulta indudable es que esa sensación elegida entre muchas otras es material fertil para pensar, proponer, intervenir en el espacio terapéutico. La sensación, su modo, su momento, su intensidad nos dicen mucho de cómo se encuentra esa persona y de cómo se teje en su cuerpo y en su alma el intercambio con el mundo que la rodea.
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