martes, 22 de mayo de 2012

Estimular al cuerpo y cosechar percepciones

Después de un trabajo que lleve a estimular la percepción del propio cuerpo -ya sea mediante los apoyos y sostenes del cuerpo, mediante el volumen o el tamaño del mismo o cualquier otro recurso dirigido a aumentar la propiocepción-, usualmente pedimos a quien lo acaba de realizar que dirija su atención sobre lo que registra de su cuerpo en ese momento, qué sensaciones aparecen.
A partir de la consigna, la persona realiza espontáneamente una acción mental para
discernir cuáles son las sensaciones que aparecen entre la maraña y emergen a su conciencia. Separarlas implica recortar, elegir algunas en desmedro de otras que quedarán posiblemente sepultadas en el olvido.

Este recorte dará lugar entonces a la formación de un percepto, con la intervención del pensamiento discursivo en su forma más inicial, a partir de imágenes que luego se relacionarán a palabras.  Su pasaje al campo del lenguaje es casi simultáneo en tanto el recorte mismo obliga a asociarlas: “me molesta algo en la espalda” sigue inmediatamente a la sensación en ese lugar del cuerpo y ya está nominando y calificando esa localización y esa sensación.

A la vez, cuando dice “me molesta algo en la espalda”, deja de lado otra sensación en otro lugar del cuerpo que así pierde su posibilidad de convertirse en un registro conciente.

En el recorte que no aparece impuesto por el dolor o por un estímulo previo en un determinado lugar, la elección de una u otra zona o punto del cuerpo aparece mediatizada por otras “emergencias”.  Sea deliberada o inconciente, esa elección propone un indicador, una marca, no solo del lugar elegido en sí, sino de la forma de armar la percepción sobre el propio cuerpo. Y nos dice algo de esa persona.

Así, el que ante estímulos de distinto tipo e intensidad siempre registra un mismo lugar, está marcando esa localización pero también la particular necesidad de insistir sobre lo mismo y la imposibilidad de abrir el panorama perceptual hacia otras sensaciones corporales.  Señala a la vez algún nudo por desatar en esa región del cuerpo y un foco atencional unidireccional que deja afuera otras posibilidades, quizás como un mecanismo de defensa que prefiere priorizar lo conocido, lo seguro, a lo que pueda implicar aventurarse en algún sector "peligroso" de su alma encarnada.

Sea que quiera huir de ellas para quedarse en terreno seguro, conocido; sea porque ese foco preocupa especialmente, algo de lo  psíquico se estará mostrando allí: una manera de registrar y registrar-se, una limitación quizás, un punto excesivamente “cargado” de conflicto o, tal vez, la manifestación de ambas cosas -limitación y conflicto- expresadas corporalmente.

Lo que resulta indudable es que esa sensación elegida entre muchas otras es material fertil para pensar, proponer, intervenir en el espacio terapéutico. La sensación, su modo, su momento, su intensidad nos dicen mucho de cómo se encuentra esa persona y de cómo se teje en su cuerpo y en su alma el intercambio con el mundo que la rodea.

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