martes, 17 de abril de 2012

Caminos en el Cuerpo



Una paciente, acostada, luego de realizar un ejercicio de autopercepción de su cuerpo apoyado en el piso, registra una intensa tensión, casi dolorosa, en su hombro izquierdo.  Se la invita, a partir de esto y sin levantarse de la postura, a recortar perceptualmente la zona, relacionarla con una forma, un color, un volumen. Comenta que tiene la forma de una curva con cierto ancho. A continuación se le pide que represente esa forma en el espacio, utilizando objetos que se hallan en la habitación. Arma entonces sobre el piso, con telas, lo que la terapeuta juzga como un recorrido que describe una curva. Se pone de pie, lo observa y dice: “es un camino”.   Se le pregunta entonces si lo asocia con algo y la paciente dice que no.
“Si tuvieras que recorrerlo, ¿dónde te ubicarías vos en ese camino?”, pregunta la terapeuta.
La paciente se ubica en el recodo de la curva.
“Por favor, quedate un momento en ese lugar, observa el camino, y decime de dónde viene y adónde va.”
“Viene de una casa con jardín con jazmines en la entrada. Es donde yo vivía desde que nací hasta los 5… (Observa el resto y se detiene unos instantes) No se adónde va… Hay una ciudad de noche, está oscuro, pero no se ve bien qué hay.”
“¿Podrías ubicarte ahora en otro lugar del camino?” Avanza unos pasos hacia “la ciudad” y se detiene.
“¿Hasta acá está bien?” pregunta.
“Sí.”, contesta la terapeuta. Luego de unos segundos en silencio, se le pide a la paciente que cierre los ojos e intente registrar las sensaciones en su cuerpo ahora, en este lugar. Casi inmediatamente contesta “Estoy toda dura y tengo frío… Me da miedo no saber qué hay ahí”.
La terapeuta la invita a relajarse a través de un ejercicio respiratorio, sin moverse de ese lugar. “Es el camino que vengo haciendo. Pero no se adónde voy… Y tengo miedo”.  Solloza brevemente y abre los ojos.
La terapeuta le pregunta si quiere seguir sentada en ese lugar o no.  La paciente contesta que no y espontáneamente se para y va hacia el final del camino. Se sienta y cierra los ojos. Repite por sí sola el ejercicio respiratorio anterior. Llora brevemente. Se calma, abre los ojos otra vez, mira a alrededor, luego a la terapeuta, que ha permanecido callada, y dice: “No sé qué hay… Pero me animé… ¡Uy, ya no me duele el hombro!”.

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