En cuanto a nuestra dimensión de humanos y a nuestra condición de
finitos, nada hay más real que el cuerpo. Y es lo real lo que nos da sustento,
lo que hace posible la creación y la construcción, el magma del que partimos
para dar forma y palabra a nuestro mundo, para poder establecer vínculos con
las cosas y con los otros. De ese magma originario de lo real, el cuerpo es aquello
que podemos tocar. Aquello de nosotros y de los otros que tiene consistencia.
Eso que nos encarna pero que también nos excede. Aquello de lo que estamos
hechos, que nos ata a una forma de existencia que incluye una temporalidad,
pero también y simultáneamente, aquello que está por fuera de nuestro yo y que nunca se deja
conocer del todo. Un gran misterio.
Tal como se ha visto, el cuerpo se arroja más allá de tal trama.
Quizás porque, como dijimos, es real y su existencia va más allá de lo simbólico
y lo imaginario. Más allá como exceso, fuera del límite que intenta cercarlo
para dar cuenta de él, para abarcarlo, para ejercer algún tipo de control, para
nombrarlo y exponerlo desnudo y completo. Lo que queda de esa tentativa es
apenas un pedazo asido. El problema es que se suele creer que eso es la
totalidad. Y allí es donde la tarea en psicoterapia acude, para ayudar a
revelar estos anclajes en torno a los significantes que el cuerpo aloja.
Suponerlo simbólicamente cercado por la ciencia impide considerar
sus aristas más inexplicables. ¿Cómo dar cuenta de la vivencia en términos que
requieren una postura objetiva? La
experiencia vivencial deja fuera los dominios teóricos en tanto pone a
funcionar al cuerpo en contacto directo con la dimensión que le es propia: el
sentir. No el percibir, no el
reflexionar sobre lo sentido, sino el primer encuentro entre cuerpo y mundo.
Primero como previo a la organización perceptual, al intelecto, al discurso. El “crudo” de la vivencia que es luego
armado, ubicado asociativamente en cada unidad e, idealmente, articulado en un
todo integrado: un percepto, una experiencia que puede ser relatada, puesta en
palabras, compartida en el lenguaje, integrada en la cultura.
Previo a esta operación, el cuerpo sostiene un lugar donde lo
informe, lo caótico, lo ingenuo, conviven. Allí, una persona navega entre
registrar lo desconocido, temer, emprender la retirada hacia lo conocido o
abortar el trabajo. O quizás adentrarse, entregarse a eso despierto, con ojos
de asombro, sin abandonarse al abismo, sino mirándolo desde el borde, con ojos
nuevos. A veces, sólo puede espiarlo de
costado, y eso ya es bastante. Ponerse frente a frente a esa oscuridad, pero
confiar en poder transitar por ella, es tarea posible a través del trabajo con
el cuerpo en la práctica clínica.
Este modelo de intervención promueve salir de ese pasaje con nuevas
imágenes y representaciones, a la par de buscarles sentido, darles palabra,
ubicarlas en un discurso. Aquí es el cuerpo quien ayuda al proceso que va entre
lo que aparece como inefable y la posibilidad de una figuración que nos haga
asequible tanta novedad. Si un olor puede ser representado plásticamente, a
través de un dibujo, del color; si el sonido sin palabras, surgido
espontáneamente, puede ser llevado a un tono, a una melodía, a ser cantado,
quizás incluso bailado; o si una sensación en la columna, un viejo dolor, puede
ser transformado en poesía o pasar a las manos que modelen arcilla: entonces la
asociación discurre en la acción corporal para invitar a otros aspectos de lo
anímico a hacerse presentes.
Pensamos que la intervención
sobre el cuerpo enriquece el decurso asociativo interponiéndole nuevos
registros, nuevos recorridos y desviaciones que obliguen a interrumpir una
linealidad discursiva ya establecida y habitual. No se trata únicamente de
generar nuevas respuestas, ni siquiera nuevas preguntas. Lo que se ofrece en
esta propuesta es una nueva forma de
preguntar. El desafío es cambiar el terreno para que sea necesario que la
persona transforme su manera de transitarlo. Cuando lo que percibimos de
nosotros es inédito, es necesario crear una nueva forma de pensarlo.
Dentro de un encuadre psicoterapéutico, intervenir sobre el cuerpo es
ampliar los recursos de la práctica psicoterapéutica, ya que abre un trabajo
creativo y productivo de la persona sobre sí, construyendo nuevas herramientas
para abordar su historia y transformar la mirada con la que ilumina su
existencia,